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Diez mandamientos para ser feminista (y no permitir que nadie te llame feminazi)

Diez mandamientos para ser feminista (y no permitir que nadie te llame feminazi)

Se acaba el mes de la mujer y después de la indigestión y resaca de posts, blogs, clubhouses, foros, eventos y postureo de todo tipo en todos y cada uno de los medios, redes sociales y plazas públicas… -frente al cual declaro mi pequeña rebelión-, me dispongo a daros las instrucciones para ser feminista y no permitir que nadie te diga feminazi.  Este es un elogio a los tacones.

Pero también, un elogio a la ternura, al amor, a la inteligencia, a la empatía, a la fuerza, a la valentía. Lo cual no significa – que ya os veo venir-, que no reivindique la equidad, la visibilidad de la mujer y la exaltación de sus logros; ni que aliente, proteja, o justifique el maltrato, la exclusión, la discriminación o la violencia, absolutamente intolerables y condenables desde cualquier punto de vista. Partiendo de la base de que el maltrato, la ablación, la violencia económica y de todo tipo contra la mujer, son realidades innegables. También lo es el hecho de que para quienes disfrutamos las mieles de occidente, del acceso a la educación y de los triunfos del feminismo de los últimos cien años, el postureo relativiza las luchas de las verdaderas victimas.

Tristemente, este mes, que debería ser el mes de nuestra reivindicación, empoderamiento, triunfo y celebración, se va convirtiendo en una orgiástica celebración anti-hombre.

Me pregunto ¿Acaso, hay algo más machista que negar el valor de nuestras propias características femeninas, y su importancia para construir sociedades fuertes, empáticas e inclusivas? Digan lo que digan, la mayoría de las mujeres tenemos características naturales que son esenciales, y lo han sido siempre, para la supervivencia y desarrollo de las sociedades, que no significa que algunos hombres no las tengan también muy desarrolladas. No me extenderé sobre el valor de muchas cosas en las que somos expertas, como construir entornos amorosos y comprensivos, nutrir emocionalmente, invertir nuestro dinero en nuestras comunidades o familias, saber escuchar, ser pacientes y tolerantes, -sí, esas son unas cualidades muy poco valoradas pero muy importantes- sí se quiere construir paz, tener un altísimo sentido de la belleza y la estética, ser super asertivas a la hora de comunicarnos, tener la inteligencia emocional muy desarrollada, y un largo etcétera.

Solo quiero compartiros mis 10 mandamientos para no caer en la propaganda contra los hombres, sin dejar de ser feminista, ni dar argumentos a quienes buscan estigmatizar las luchas de las mujeres con el término de feminazis. Y aclaro que me tomo la palabra nazi muy en serio y como lo que es: una tendencia ideológica a achacar a un grupo social, (llámese raza o en este caso género), la responsabilidad o culpa de todos los problemas, y la exaltación de otro grupo social, cómo el único del que proceden todos los mejores atributos y valores de la especie humana.

Así que aquí van:

 

  1. Ámate con toda tu alma.

 

Este es el primer mandamiento. Ámate mucho. Ámate con locura. Ser mamá, esposa, empresaria, te hace vivir intensamente, y probablemente se refleje en tu cara y en tu cuerpo.

¡Genial! son las marcas de haber vivido. Y vivir es un regalo maravilloso.

Si te sientes agobiada, estresada, y sin tiempo, probablemente sea culpa tuya. ¿Quién te ha impuesto todo eso, doña perfección? ¿No habrás sido tu misma? Te comparto una de mis máximas: de ahora en adelante hazte el firme propósito de decir NO cuando quieres decir NO, y decir SI solo cuando quieres decir SI. El gran problema no suelen ser los noes, sino los síes que salen de tu boca cobran vida y se convierten en monos que terminan encaramándose en tus hombros y tu cabeza. Quítatelos de encima y haz solo aquello que disfrutas. Saborea al máximo cada instante, da el 100% con pasión y gratitud, porque sólo cuando decides cambiar el chip el cansancio y el estrés desaparecen.

 

 

  1. No creas la imagen que los demás han hecho de ti… y menos aún la pongas por encima de la que tú tienes de ti misma.

 

¿No estás ya un poco harta de tener que llenar la imagen que los demás tienen de ti? ¿De condenar sin motivos en lugar de cuestionar? ¿De tener que odiar en lugar de elegir amar? ¿De negarte a ti misma, a lo que sientes, a lo que piensas, para que no se te tache de insolidaria, débil, o retrograda? ¿No estas hasta el gorro de la instrumentalización política, venga del partido que venga,  del lenguaje que, aparte de ser una incorrección sintáctica del participio activo cuyo género no varía, –el que estudia es estudiante y no estudianta, el que influye, influyente y no influyenta, inteligente y no inteligenta, atacante y no atacanta, demente y no dementa, etc… -, nos quita nuestro propio poder? Y nos quita poder, porque el tener que estar concentradas y dedicando nuestras fuerzas a esas batallitas hace que quitemos la vista de los verdaderos problemas y retos que tenemos las mujeres.

Así que adoptemos el lenguaje inclusivo (correctamente inclusivo), pero por favor, ¡dejemos de ser BOMBONAS y volvamos a ser BOMBONES!

 

  1. Celebra los triunfos de todos. Hombres y mujeres.

 

Renueva siempre la amistad y el amor. Las personas a tu alrededor son lo que hacen que la vida valga la pena y que lo que haces tenga sentido. No seas selectiva o discrimines al celebrar. Entiende que al celebrar los triunfos de las mujeres, las empoderas y reflejas tu propio valor. Y al celebrar los triunfos de los hombres creas la cultura en la cual los triunfos de tus hijos, sobrinos, marido, padre o hermano también serán celebrados.

Cuando algo está bien hecho, no hay nada más mezquino que la celebración selectiva, y si lo pensamos bien no existe una justificación diferente a la envidia, el resentimiento o el ver amenazada una imagen falsa de nosotras mismas. Y digo falsa, porque si fuera verdadera no se sentiría amenaza por los triunfos de otras mujeres, o de los hombres.

De otra parte, no demos nuestro reconocimiento a lo que no merece reconocimiento, porque eso en lugar de empoderar logra el efecto contrario. Cuando celebramos a una mujer por el hecho de ser mujer y no porque lo que haya hecho sea notable, destacable o sea un reflejo real de su esfuerzo, devaluamos el premio o reconocimiento y también devaluamos su propio poder de hacer cosas mejores.

 

 

  1. Recupera la ternura.

 

La verdadera fuerza no reside en la agresividad, la aspereza, la inflexibilidad o la testarudez. La verdadera fuerza reside en saber reconocer nuestras fortalezas y expresarlas sin ningún tipo de vergüenza o temor, incluso si esas fortalezas son nuestra dulzura o nuestra ternura. Verdadera fuerza es rebelarte contra los estereotipos que te quitan la libertad de expresarte de manera empática, dulce, femenina, si es lo que en realidad te nace.

Poner cara de poker, contestar mal, ser grosera, o dura, no tiene nada de difícil, y no refleja ningún tipo de fuerza. Mas bien refleja una enorme debilidad de carácter. Lo difícil es ser comprensiva y empática cuando tienes ganas de saltar a la yugular del compañero de trabajo que ha olvidado el informe, del marido que dejó la cocina como solo ellos saben, o de la jefe que tiene un mal día.

 

 

  1. Baja las armas, o mejor, bájate de las armas.

 

Antes de esgrimir contra alguien tus puntiagudos tacones, pregúntate si estás jugando el juego de otros, sin darte cuenta.

De verdad es agotador ver sombras y enemigos en todas partes. Tenemos que dejar de ser peones inconscientes de esa pequeña y dañina minoría que alimenta el odio, la polarización, la división, el enfrentamiento de la sociedad entre negros y blancos, socialistas y liberales, empleados y empresarios, mujeres y hombres. Cualquier cosa les vale mientras signifique conflicto. ¿Por qué? Como politóloga (si, en mi otra vida soy politóloga) reconozco muy bien la señales de quien aplica la máxima del “divide y vencerás”. Y eso es lo que ellos hacen. ¿Por qué lo hacen? Tengo mi propia teoría, pero eso da para otro blog, lo único que diré es que mientras estemos divididos y ocupados en alimentar recelos, desconfianza y división a algunos les será más fácil imponer sus propios intereses. Que créeme no son los tuyos.

Ahora, frente al acoso, la discriminación o los abusos de poder, tolerancia ¡CERO! (O). Con negrilla y mayúsculas. Hace mucho tiempo tuve una ingrata experiencia de acoso, o mejor, intento de acoso, porque usualmente, y ese fue mi caso, con poner en su sitio con firmeza al acosador suele ser suficiente (sólo le quedará, y por poco tiempo, ponerte verde). Y si no, a la policía o a los tribunales, nada de aguas tibias, postureos victimistas o tonterías.

 

  1. Entiende y ama a los hombres

 

… y también compadécelos. Ellos tienen su propio techo de cristal. Cuando oyes el otro lado de la historia y ves cuantas veces a los hombres se les prohibió explícita o implícitamente llorar, demostrar dudas o debilidad, cansarse, encargarse de los hijos, cocinar cuándo amaban hacerlo, puedes ver que ellos tienen sus propias quejas y no por eso se proclaman “machistas”, a los cuatro vientos. Me pregunto, ¿Sería lo suyo? ¿El que reivindica los derechos de esos hombres, qué es? ¿Un machista? ¿Un “machista” desde la vieja acepción del término, o desde una nueva comprensión de que los hombres también tienen sus propias heridas y reivindicaciones?

Porque sí. Piensa en tu hermano, tu hijo, tu padre… si antes tenían que afeitarse la barba cada día, hoy además se tienen que depilar la espalda, también tienen que estar fit, ser buenos amantes, cuidarse mucho de pedir un favor o elogiar a una mujer, -tipo “cariño, ayúdame a planchar esta camisa que voy tarde” o “estás divina”, so pena de ser condenado a los infiernos-, cocinar como Gordon Ramsey, saber de vinos, ser buenos lectores, llenarte de lujos, ser buenos padres, buenos y tiernos hijos, fantásticos hermanos, saber escuchar… vamos, lo normal… pero no creas que eres la única que lo hace.

Todo eso para no detenerme en su vapuleada, defenestrada y violada presunción de inocencia. No seré yo la que tire piedras sobre sus cabezas o bellas calvas, sin cuestionarme cuantas veces damos por hecho que son los malos de la película sin asegurarnos de no estar cometiendo una enorme injusticia. Yo, a eso, no me sumo. Es mi pequeña objeción de conciencia. Y nuevamente, no niego las cifras de la violencia femenina, pero resulta que, en derecho, no se habla de cifras, sino de casos puntuales, y se juzgan los casos puntuales no los géneros.

 

  1. No te robes tus propios sueños.

 

¿Recuerdas cuando te ponías los tacones de tu mamá, o robabas el bolso de tu abuela, o te sentabas a poner grapas o firmar cheques con el bolígrafo de tu padre? Pues que no se te olviden tus sueños de niña. Sean los que sean.

Revísalos uno a uno, porque esos son los más auténticos, y ponle ganas al asunto si hasta ahora no lo has hecho… No tengamos complejos de estar sexys o ser unos bellezones. Quién dijo que la inteligencia y la belleza eran enemigas. Y finalmente, enorgullécete de ser quién eres: de ser madre, o de haber elegido no serlo, de ser amante de tu pareja, de cocinar para tus amigos o familia y que tus hijo digan “qué delicia mamá”, orgullosa de tener una carrera o una empresa y comprarte esos zapatos de tacón que te encantan sin culpabilidad… O de quedarte en casa podando margaritas porque es tu decisión, sin presiones ni remordimientos.

 

 

  1. No te mientas a ti misma

 

No sé vosotras, pero yo no estoy dispuesta a mentir y decirme que no me encanta mimar a mi hijo y prepararle su comida favorita cuando viene a casa de vacaciones. O que no me hace sentir plena ver a mi marido guapísimo con su camisa muy bien planchada. Y no. No me siento culpable, ni alienada, ni abusada, ni subordinada. Me siento maravillosa. Hace tiempo descubrí que soy más feliz cuando doy que cuando recibo y que a todos los seres humanos nos pasa lo mismo. ¿Por qué? Pues porque la felicidad está muy íntimamente relacionada con la expresión del amor. Cuanto más expresamos nuestro amor, a lo que sea, más felices somos.

Y tampoco voy a mentiros, y decir que me siento insultada cuando alguien me hace un halago, cuando me abren una puerta, cuando pagan la cuenta. Lo valoro como lo que es: una expresión de educación y cortesía. Venga de un hombre o de una mujer. A mí no me hace “más” abrirme la puerta yo misma, rechazar el halago o pagar la cena. Me hacen “más” otras cosas: ser decente, ser integra, ser compasiva, ser un buen ser humano.

 

  1. Ponte en los zapatos de la otra

 

Las mujeres somos las más crueles con otras mujeres. Preguntémonos cuántas veces detrás de las críticas inocentes que hacemos a nuestras congéneres no está agazapada una destructiva envidia que nos negamos a reconocer. O cuántas veces no desmerecemos a otras, porque creemos que si ellas brillan no brillaremos nosotras. Para ser honesta los hombres pueden poner en duda nuestras habilidades empresariales entendidas desde sus propios puntos de vista y ranking de criterios, pero las críticas más acidas hechas a una mujer se las he oído a mujeres, no a hombres.

Uy, y este tema tiene dos caras. La primera ponerse en los zapatos de otra, y la segunda, tolerancia 0, con la acosadora. Tengo que admitir que esto es difícil, y quizás aquí estemos más indefensas que frente a al acoso laboral masculino porque nadie parece creer que una jefa acose a una empleada en el trabajo, que una colega o una socia haga zancadilla a la otra. Es un problema que no se ha visibilizado y del cual no se nos ha concienciado y por eso es mucho más peligroso.

 

  1. Rompe tu propio techo de cristal

 

Este es el último de los mandamientos: rompe tu techo de cristal. Y he dicho tu techo, porque hemos de tener la valentía de reconocer que hoy por hoy, si bien aún existen en muchos grupos sociales y culturas la discriminación, violencia y maltrato que deben ser visibilizados y corregidos, no creo que haya techos de cristal genéricos y universales, sino más bien techos individuales. Para quienes disfrutamos del acceso a la educación, del derecho al voto y de todas las conquistas del feminismo, el techo de cristal más grueso quizás sea el que te pones tu misma. O el que contribuyes a crear jugando el juego de quienes ven en los demás, la discriminación, el odio, la envidia, la mala leche, y la estigmatización, que son más bien reflejo de lo que ellos mismos son. Pensándolo bien, creo que es tan importante romper nuestro techo de cristal, como romper el espejo que refleja las sombras y alucinaciones de otros, y que se nos pretende imponer como realidad. Así que si quieres saber para qué sirven los tacones, aparte de verte divina, ya lo sabes.

 

 

Para terminar, escribo este blog porque como fundadora y CEO de una comunidad de casi 20.000 mujeres miembros (Si. No miembras), a la cual dedico alma vida y sombrero, nadie osará poner en duda mi compromiso con la protección, visibilidad, equidad, y empoderamiento de las mujeres. Me siento muy pero que muy orgullosa de su pasión, su trabajo, su inteligencia, sus increíbles ideas, su altura y calidad humana, pero también de su integridad y respeto, de su ternura, feminidad, y fuerza, de los cuales espero ser voz y digna representante.

 

Ana María Corredor
anamaria.corredor@merakiu.com
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